DanielMerino






















Para Daniel Merino pintar es asomarse a un mundo de intuiciones en el que se confunden el ayer y el mañana, el principio y el fin, la pisada y la huella. Un mundo de respuestas y preguntas, pleno de sugerencias y de hallazgos. Un mundo sin esquinas y sin sombras, al que sólo puede llegar la mirada sin ira de un poeta.
Carcasa de colores que estalla en armonías y elegancias de trazo. Juego sutil de veladuras y matices. Perfiles ensoñados que tiemblan en un aire de grises y de azules, transparencias lejanas sobre las que aletea el triunfo breve de un ruiseñor que se convierte en flor. Arquitectura sólida que sostiene, de manera invisible, el frágil edificio de la luz... Un pórtico romano surgido de la historia, un bodegón antiguo dormido en el recuero, una ventana abierta, un rostro de mujer, y el eco de una música, quizá una sonatina en el fondo, sin fondo, del color. La magia y la pintura. La pintura y la magia. Merino es un artista en búsqueda constante, cuya obra descubre cada día un camino que se abre a su expresión. ¡Qué distinta su pintura de ayer! ¡Qué distinta su pintura de mañana! Vivir es renovarse poco a poco, lo difícil es hacerlo sin traicionarse nunca, sin falsear esencias, sin obligarse a nada, como lo hace Daniel Merino, sin que su evolución se oponga a la unidad de una obra, que ha nacido y crecido de su probada vocación de pintor.
Atrás quedaron sus tierras castellanas, sus árabes dormidos, sus toreros, sus recios bodegones, sus segadores abrasados de sol. Atrás su etapa, casi abstracta, agobiada de verdades y de grises; atrás sus claros y acerados homenajes a Diego de Veláquez, a Francisco de Goya y a Picasso; atrás la suave geometría de un cubismo aromado por Cézanne.
Hoy su pintura avanza por un nuevo camino en el que se dan cita el oficio, el talento y el ansia de crear.
Mario Antolín Paz, 1995